• Nº 136 | Octubre | 2022
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La pandemia que sacudió las residencias

En el inicio de la crisis sanitaria provocada por la COVID-19, los centros residenciales no fueron ajenos a la falta de equipamientos que imperaba en el ámbito sanitario ni a las restricciones impuestas por la pandemia que, además, incidieron en su funcionamiento y en la situación de las personas con discapacidad que viven en ellas. Esta parte de la sociedad vio cómo se vulneraban sus derechos al limitar su acceso a servicios sanitarios públicos por tener discapacidad o cuando tuvo que permanecer confinada mientras que el resto de la población ya podía salir a la calle. Estas y otras circunstancias pusieron en evidencia las carencias del funcionamiento del sistema residencial y de la fragilidad estructural del espacio sociosanitario. 
 

Por
Gema León Casero
Un usuario del centro residencial de COCEMFE Baleares recibe tratamiento de fisioterapia | Foto COCEMFE Baleares
Un usuario del centro residencial de COCEMFE Baleares recibe tratamiento de fisioterapia | Foto COCEMFE Baleares

La situación que vivió la población y las residencias a raíz de la irrupción de la COVID-19 ya es de sobra conocida. Sin embargo, la información de cómo esta incidió en los centros residenciales en los que viven de forma habitual personas con discapacidad ha sido fragmentada e insuficiente.  

El estudio ‘Impactos de la COVID-19 en centros residenciales de COCEMFE’ surge como respuesta a la necesidad de aportar datos ante el vacío de información existente en este espacio. Además, su realización ha supuesto una fuente de datos que servirán posteriormente para el estudio y reflexión sobre el modelo residencial en España, cuya situación se encuentra, en palabras de la directora de COCEMFE, Elena Antelo, “en pleno debate social e histórico”. 

“Actualmente, tras la pandemia y el impacto de la COVID, en el ámbito asistencial estamos viviendo un debate social muy importante sobre los modelos de atención en centros residenciales, para los que existen nuevos proyectos que previenen la institucionalización de personas y favorecen la desinstitucionalización”, ha añadido Antelo.  

El estudio llevado a cabo, según define la técnica de investigación del Área de Cohesión Social y Coordinación sociosanitaria de COCEMFE y directora del proyecto, María Georgina Granero Chignoli, trata “sobre los impactos de la COVID en los centros residenciales asociados a COCEMFE” y “pone especial énfasis en las vivencias y en el impacto subyacente que ha tenido en la cotidianeidad de las personas usuarias, pero también de las personas técnicas”, añade. 

La pandemia en los centros residenciales de COCEMFE 

Los centros residenciales de COCEMFE proporcionan alojamiento, de manera temporal o permanente, y una atención integral a personas con discapacidad física y orgánica. Las personas que residen en estos centros reciben servicios de apoyo personal, familiar y social que les permite realizar actividades de la vida diaria o el acceso al ocio y la convivencia, entre otros.  

Las residencias de COCEMFE se encuentran ubicadas en distintos puntos de la geografía española. Este aspecto supuso diferencias para los centros que, al igual que en otros ámbitos, vieron cómo determinadas cuestiones, como el acceso al material de protección, variaba según la zona geográfica.  A pesar de las diferencias, todos los centros residenciales tuvieron que adoptar restricciones y medidas de actuación semejantes frente al virus que incidieron directamente en el funcionamiento y en la vida cotidiana de los y las residentes. Como recuerda Ana María Trueba Barquín, directora del centro residencial Casa Matías COCEMFE Cantabria, los primeros momentos fueron “momentos de miedo con reajustes organizativos tanto de espacio como de personal y continuos cambios para adaptarnos a la normativa COVID”. 

Muchas de las personas que residen de manera habitual en estos centros decidieron regresar con sus familias durante el confinamiento. De las que continuaron viviendo en los centros residenciales, el 97,4% aseguran haber tenido angustia o ansiedad por esta enfermedad Si bien estos son sentimientos generalizados tal y como recoge el estudio, Cristina Iglesias, residente de la residencia de COCEMFE en Madrid, a pesar de lo complicado de la situación, recuerda la parte positiva de aquellos momentos: “Al principio fue duro, pero las necesidades básicas no me preocupaban. En ese sentido muy bien porque las tenía cubiertas”. 

La primera y más drástica restricción que nos tocó vivir a toda la población, la de no poder salir de nuestros domicilios, en los centros residenciales implicó no salir al exterior y, además, una limitación a la movilidad dentro de los propios espacios residenciales que llegó, incluso, a la imposibilidad de salir de las habitaciones. En este sentido, Ana María Trueba recuerda que, entre las medidas adoptadas, “las más difícil, por las características de las personas, fue intentar no compartir los espacios comunes y mantener las distancias de seguridad”.  

Así lo constata Andrés Fierro González, usuario del centro residencial Casa Matías (Santander), cuando recuerda que “al principio comíamos solos en la habitación, en vez de en el comedor”. En este sentido, Cristina Iglesias cuenta que “aunque se quedaron pocos residentes y pudimos mantener más fácilmente las distancias”, una de las peores consecuencias fue “la restricción de movilidad dentro de la residencia”. Para José Luis Perales Martínez, usuario del mismo centro, lo peor fue “no salir y no tener contacto con la gente”, hecho que, según afirma “le afectó psicológicamente”. 

Otra de las medidas que imperaron en los centros fue la reducción de las plantillas debido, en gran parte, a las bajas laborales que estaba ocasionando la COVID-19, los problemas de sustitución y la necesidad de restringir los espacios de interacción y los contactos estrechos. Esta situación conllevó que las plantillas hicieran un gran esfuerzo por mantener al personal de atención directa imprescindible para la prestación de apoyos básicos, lo que, además, supuso la necesidad de reorganizar los servicios prestados y las funciones del personal que, en muchos casos, asumió cometidos que no correspondían con su puesto habitual. De este modo, si bien los apoyos básicos no se vieron perjudicados por esta medida, otros servicios, como la atención psicológica, social y rehabilitadora o las actividades de ocio y tiempo libre, sí se vieron menoscabados.  

Según el estudio, el 97,6% del personal técnico sintió que su trabajo fue esencial para ‘salir adelante’ ya que, ante esta situación, los centros se volcaron en proporcionar atención directa y en buscar alternativas para continuar prestando los servicios, recurriendo a la vía telemática cuando no se podían prestar de forma presencial. Ana Trueba explica que, en su caso, su trabajo dejó de tener “menos atención directa” para pasar a ser “más de teletrabajo”. “Pero no por eso dejé de tener contacto con las personas usuarias ni con los trabajadores. Había que hacer prevención de personal, por lo que podía suceder, y seguir prestando apoyo a las personas”, añade.  

María Georgina Granero subraya, en este sentido, que la investigación recoge “el impacto a nivel psicoemocional” que supuso tanto para las personas usuarias de los centros como para el personal técnico el hecho de “transitar por toda esa serie de restricciones que, más allá de la pertinencia y obligatoriedad que el contexto de incertidumbre y presión para la contención del virus imponía, tuvo una serie de consecuencias que debemos evaluar y pensar, sobre todo de cara al futuro”.  

Respecto a esta cuestión, el estudio establece que el 43,6% del personal técnico tuvo sobrecarga laboral y el 64.10% sintió miedo, estrés y ansiedad durante el primer momento de la pandemia. Estos factores impactaron directamente en la salud y bienestar del personal técnico que, además, añadían el temor de ser “vectores de contagio” para las personas residentes. Como Ana María Trueba describe, “fue una continua preocupación por no llevarlo a la vivienda y saber cómo estaban todas las personas”, lo que conllevaba “no descansar”. En relación con esto, el 92,9% de las personas que trabajaban en centros residenciales declaró haberse esforzado para que no se notará su preocupación y en poner buena cara al entrar al centro. 

Para el 97,4% de las personas usuarias de las residencias el confinamiento conllevó un empeoramiento en su salud física y psicoemocional 

En cuanto a las personas usuarias de las residencias, el 97,4% afirman que el hecho de cambiar sus rutinas y dejar de recibir los apoyos y servicios habituales conllevó un empeoramiento en su bienestar y de su salud física y psicoemocional. “Tuve que dejar de hacer natación, lo que me supuso un empeoramiento físico y psicológico”, recuerda Cristina Iglesias. Además, el 89,7% sostiene que tuvieron que hacer frente a restricciones en el acceso a los servicios sanitarios: “Me caí y me hice daño en un brazo. En el hospital tenía que estar solo, nadie pudo ir conmigo ni estar allí”, afirma Andrés Fierro. 

Para sobrellevar la situación, los centros idearon espacios de ocio alternativos en el interior, recurso que tanto el personal técnico como el residente rememoran de forma positiva. Así Andrés Fierro recuerda “la piña que hicimos” de forma positiva. “Hacíamos pinchos, bailes, estiramientos y videoclips. Los aplausos me encantaban”, afirma Irene Márquez, residente de Casa Matías. 

En la parte positiva, Trueba destaca que “tras el miedo a cómo iban a reaccionar o a que aparecieran ciertas conductas o situaciones conflictivas, nos dieron una lección y nos demostraron la capacidad de adaptación a las situaciones” y, con ello, “descubrimos más cosas de ellos”. 

Conclusiones del estudio 

Muchos de los protocolos, medidas y actuaciones adoptadas durante el confinamiento, pusieron en riesgo los derechos de las personas con discapacidad. Como se desprende del estudio, el 89,7% de las personas con discapacidad que vivían en centros sufrieron discriminación y vieron sus derechos vulnerados. Además, la totalidad/el 100% declaró que le ha afectado en alguna medida los cambios en la normativa y las medidas y el 92,1% vio afectada su capacidad de autodeterminación. 

A este respecto, Georgina Granero sostiene que es necesario que estas medidas se realicen siempre “desde la perspectiva de derechos que corresponde a nuestro marco legal y tratados internacionales”. 

“Cuando el resto de la población podía salir a la calle ellos no podían, ni incluso tener contacto con sus familias”

En este sentido, Ana María Trueba afirma que, desde su punto de vista, se produjo una vulneración de derechos de las personas residentes en los centros ya que “cuando el resto de la población podía salir a la calle o mantener contacto con la sociedad, ellos no podían, incluso el contacto con sus familias”. “Sentí que se vulneraban bastante mis derechos por no poder salir a la calle”, afirma Cristina Iglesias. “Solo me sentía un poco mejor porque tenía que ir a rehabilitación y salía en ese momento”, añade. 

En cuanto al personal de los centros residenciales, mientras que el sentimiento mayoritario durante la primera ola fue de miedo y preocupación, en la segunda mitad de 2020 destacaron el agotamiento y el cansancio y en 2021 alivio y tranquilidad. El 90,2% asegura que les resultó difícil mantener el ritmo y la cobertura de los servicios y el 59% se enfrentó a escasez de material de protección (EPIs). A este respecto, Ana María Trueba lamenta que no les llegara ninguna prueba diagnóstica para realizar en el centro “al no tener personal sanitario". Por otra parte, “el material” que usaban entonces, y ahora, “es el proporcionado, principalmente, por la Asociación AMICA. Porque, externo nos llegaron de vez en cuando guantes, gel desinfectante y mascarillas quirúrgicas en cantidades mínimas”, añade.  

Los centros residenciales de COCEMFE pudieron adaptarse y reaccionar ante la crisis sanitaria de forma positiva gracias al apoyo del Movimiento Asociativo, al que COCEMFE apoyó desde el comienzo de la pandemia con múltiples iniciativas como el reparto de más de un millón de equipos de protección individual (EPI) para garantizar la protección de las personas usuarias, profesionales y voluntarias; cumplir con la desinfección periódica y limpieza adecuada de los centros y servicios; y dar continuidad a los servicios de las entidades con las medidas de seguridad necesarias. Además, el Movimiento Asociativo llevo a cabo la vigilancia del cumplimiento de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad ante una situación de postergación, exclusión e incluso de estigmatización de las personas con discapacidad durante la pandemia. 

En definitiva, el respaldo del Movimiento Asociativo posibilitó que los centros pudieran seguir dando los servicios básicos a las personas residentes sin dejar de tenerlas en cuenta. Si bien, siempre hay margen de mejora, sobre todo, ante una situación como la vivida. En este aspecto, la mayoría de los residentes coinciden en pedir “espacios abiertos” mientras que la directora de Casa Matías, afirma que uno de los aspectos a mejorar de cara a posibles crisis sería “la reorganización de las estancias y las habitaciones”. 

El estudio ‘Impactos de la COVID-19 en centros residenciales de COCEMFE’ ha recogido las vivencias del personal técnico y residente, los aciertos, las carencias y los aspectos que, en cualquier caso, son susceptibles de mejora. En definitiva, pretende ser una base que ayude a definir futuros modelos asistenciales. Como recuerda Elena Antelo, “tras la situación vivida durante la pandemia estamos en un hervidero de propuestas para construir un modelo de atención que sea respetuoso con las personas, que las atienda de una forma más individualizada y tenga en cuenta su derecho a la autodeterminación, para que estas puedan elegir libremente el sitio en el que quieren vivir y la forma en la que quieren ser atendidas”. 

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